miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Por qué este blog?

Con 28 años vuelvo a encaminarme en el ejercicio de la introspección. Quiero mirarme, entenderme y "aliarme a lo que me sacia". Pienso, que creando, mostrando mis victorias y miserias, y las miles de cosas que callo cada día, doy un paso adelante.
La foto del perfil en parte me retrata. Tengo una margarita en la mano, la flor que le pone nombre a mi vieja. Se ve fuera de foco, como veo yo sin mis lentes. Se ve como me veo a mi mismo y la gente me ve, y la forma en la que quiero que me vean, algo difuso, algo por concluir, por entender. La foto la saco Facundo, mi hijo...
 Aquí tendrán pensamiento social y política, seudo crítica estética, y aristas de mi creación artística. Y compartiré mis miles de necesidades expresivas en mi propio ritmo psicoanalítico. Gracias por ser un diván

Una palabra sin fuerza, un mundo de palo

POR JIMMI PERALTA
jimmielestudio@gmail.com

Cuando José, en el amanecer de su tercer cumpleaños, en el que esperaba pasarse la tarde saltado en el “globo loco”, intentó meter una hebilla de Paula, su madre, en el enchufe, una rápida reacción materna con un golpe correctivo en la mano y una imposición vociferante de autoridad pusieron las cosas en su lugar. Cuando Alberto, de 5 años, soltó la mano de Josefa, la “chica” que trabaja en su casa, y ensayó cruzar solo la calle cuando volvían de la jornada preescolar rumbo a su hogar, una sacudida, un estirón de pelo y un grito salvaron al niño de algún accidente.

Cuando René, un alumno inquieto del segundo grado, recibió una paliza por parte de su padre, por haber tenido un comportamiento violento con su hermano menor, al que debía cuidar por las tardes; cuando todo esto sucedió y sucede, también pasa que desplazamos el valor de la palabra por el de la violencia, ratificando la máxima educativa que se impregnó en la espina dorsal del pensar de nuestros padres, el espíritu represor de las dictaduras: “La letra, con sangre entra”.

Esta frase no es nueva, y en su tiempo no generó más violencia de la que ya había en las escuelas y en las casas, sino justificó por generaciones la violencia física dentro del proceso educativo formal, y la violencia en los hogares que nunca fue importante fundamentarla, ya que “es así, y es así”, es como un destino ineludible la violencia.

Dándole uno de estos ejemplos a un grupo de adolescentes 2 semanas atrás, les pregunté en cuál de los agujeros del toma corrientes (enchufe) no debía meter el dedo, y ante la duda respondieron con supuesta obviedad: “en los dos”.

Si no entendemos qué pasó, me toca caminar en torno a la idea, una especie de un “peri”-“patear” deductivo.

Al ritmo de la imposición de la autoridad, probablemente paterna, y del castigo, los niños, ahora ya adolescentes, tomaron el hábito de no meter el dedo en el enchufe. Aprendieron a temer cualquier contacto con la corriente eléctrica, como es necesario. Evidentemente no necesitan una descarga de 220 voltios para comprenderlo. Sin embargo, a una década de haber adquirido el condicionamiento, el hábito, todavía no han comprendido el “por qué” de esa conducta. Lo mismo pasa cuando celebramos que el paraguayo ya aprendió a votar, ya sabe del hábito.

Pasa que la práctica diaria del relacionamiento niño-adulto sigue siendo llevada por el pulso de la imposición de autoridad, el castigo y la violencia física, relación donde la comprensión de la palabra es un recurso agotado, perpetuando la práctica del “mbarete” que pasa de generación en generación.

La fuerza de la palabra en Paraguay –el único país que conozco– ya no tiene fuerza. La palabra es un recurso muerto. Si el papel resiste todo, la palabra es aún algo más abstracto y volátil. Eso lo aprendemos desde abajo, desde que somos chicos. El castigo es más efectivo que la palabra, y volvemos: “La letra, con sangre entra”.

Las formas de relacionamiento social son consecuencia en gran medida de una “re-producción” de cosas ya vividas. La teoría dice “no a la violencia”, la práctica es violenta, y lo natural es que los niños vuelva a producir, a “re-producir”, esa violencia en cualquiera de sus actividades.

La violencia no sólo es física. Cuántas veces chantajeamos a nuestros hijos, o los presionamos con cuestiones emotivas, hasta le decimos que los vamos a dejar solos en tal o cual lugar, porque no hacen lo que nosotros les decimos. Y si no fue efectivo este momento previo de violencia verbal, ahí vienen los “verdaderos” correctivos.

Lo que sucede es que si un niño no puede comprender algo con la palabra, sí lo comprenderá con un grito, una amenaza, o un golpe. Esta es la premisa, la que se cumple con las mascotas también. ¡Qué difícil comparación!

La civilización basa su sentido en la disputa de poder, pero también en la palabra: el diálogo, la compresión.

Si creemos que el hombre nació malo, como Hobbes lo creía, entonces nos tocará ser para nuestros hijos ese estado represor que actualmente somos, que se impone para tratar inútilmente de desmoldar el destino de maldad propia de la raza humana. Y llovemos sobre mojado.



FUENTE: DIARIO LA NACIÓN-29-03-2011