martes, 30 de agosto de 2011

Puede que lo caro sea realmente caro





POR JIMMI PERALTA
JIMMIELESTUDIO@GMAIL.COM
FUENTE: LA NACIÓN


Solón había transformado el modo en el que se estratificaban las clases sociales en Atenas, los sacos de cereales dejaban atrás al linaje, y parecía evidenciarse más que nunca que la sabiduría no era propia de la clase con más poder después de su reforma, aclarando que hasta ese entonces la aristocracia era la única administradora del saber.
En Paraguay, donde la ciencia y la intelectualidad nunca fueron rentables, donde la cría de vacas con pasto “natural” y la usurpación del poder político formaron a gran parte de su burguesía, tampoco la sabiduría es propia de los que tienen dinero.
En este contexto, resulta interesante ver cómo en muchos casos la ansiedad de escalar socialmente mezclada con la falta de pensamiento crítico, son condiciones poco útiles para quienes seguimos comprando espejitos.
Es que en la sociedad de mercado, la clase social se da a “publicidad”, no mediante los sacos de cereales sino a través de los productos a los que se accede y se muestra, por eso, a veces la fantasía satisfecha al “vestir” tal o cual marca refleja ante los demás mi posición en la sociedad. Hablamos de “vestir”, no sólo en el sentido de ropas, sino que en el sentido amplio de lo que se compra para mostrar.
Este ritmo de consumo divide claramente la sociedad de manera casi automática. Así hay por ejemplo shoppings, bares, barrios, comidas, diarios, ropas, idiomas, muebles, shampoos, condones y músicas, exclusivos para cada clase social, ya que éstas no se mezcla, por eso vemos hasta en lugares masivos los sectores VIP, y en los estadios hay “preferencias”.
Todos estos productos en sí mismos pueden resultar complementarios, o algunos de ellos al menos. Pero también en este rubro de productos “clasificantes” también se introducen cuestiones como los servicios de salud, seguridad y educación. Hay ofertas para cada segmento económico, y en este caso también, no solo se compra el producto, sino además la significación de clase social que conlleva cada uno de ellos.
Pero puede que lo caro sea realmente caro y no barato como se dice. En los últimos meses logró evidenciarse la precariedad del servicio de salud proveído por las empresas aseguradoras del ramo en nuestro país, a través de la publicación de varios supuestos casos de negligencias. Y cómo sería diferente eso, si en gran medida la formación de los profesionales de blanco tiene como cuna a las mismas casas de estudios terciarios, los mismos docentes y la misma infraestructura. No se debe olvidar las condiciones de trabajo de las enfermeras, por recordar uno de los últimos casos.
Por analogía vemos que en el mundo de la seguridad, los guardias privados, o son policías dados de baja, o aspirantes a policías, o simples prepotentes con armas, que cumplen turnos de 12 horas frente a las casas sin ninguna condición laboral favorable que respalde mínimamente el profesionalismo de su servicio.
En el mundo de la educación pasa absolutamente lo mismo. Profesores formados en un anacrónico ISE o una paupérrima universidad; con programas parecidos, aunque con “adornitos” como inglés y computación se intentan marcar la diferencia, cuando en realidad el problema es la falta de sentido crítico y compresión lectora.
La posibilidad de acceder a productos que cuesten más, no es directamente proporcional a la posibilidad de acceder a productos que “valgan más”. La cuestión no es muy compleja, pero el mercado está abierto a todos los compradores compulsivos.
Dos cosas quedan claras: que existen personas que pueden pagar 4 o 5 veces más por el valor de un producto sólo para dejar en claro su clase social; y que en los servicios de salud, educación y seguridad, tanto públicos como privados, no se debe tolerar menos que la excelencia, de la cual estamos muy lejos.

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