viernes, 19 de agosto de 2011

“Y un niño nace”


"Parto", de Hermann Guggiari

POR JIMMI PERALTA
JIMMIELESTUDIO@GMAIL.COM
FUENTE: LA NACIÓN

Y las ciudades siguen cayendo, y un niño nace; y los barcos cambian su curso, y un niño nace; y si las nubes están ardiendo, un niño nace”, cantaba Luis Alberto Spinetta en 1986, cuando yo era un niño que cumplía 3 años de haber nacido lejos, en un país donde los barcos no cambian de curso, pero los niños siguen naciendo.

El “Flaco”, que al mismo tiempo es padre e hijo del rock latinoamericano, mostraba en una simple canción de escasos 3 acordes, la dualidad de lo cotidiano: destrucción y vida.

Decía Spinetta que en tanto el hombre puede destruir su mundo, armarlo tan solo para deshacerse de él, y escribir miles de años de historia para nada; la incansable fuerza de la vida nunca se detiene, y que un niño siempre nace.

Hace ya casi 150 años la humanidad construida bajo los supuestos de la civilización, daba gala de lo que se sugiere es su opuesto: la barbarie; y escribía con la Batalla de Acosta Ñu toda esa destrucción de la cual habla esta canción.

Sin embargo, la fuerza de la vida: el amor, el sexo, el dolor, el dinero, el temor, la soledad, el vacío, la gracia, la piel, el culto, la cerveza, y un poco de tiempo libre, han logrado que la historia se vuelva a escribir, que la vida vuelva a empezar, y no solo con la “presencia” de “nuevos” niños, sino con la existencia de nueva vida.

Claro que la poesía bajada a la realidad es temiblemente banal e insulsa. En Paraguay “las ciudades siguen cayendo, y un niño nace”, mientras su madre muere por problemas estructurales del sistema de salud, y en el peor de los casos los dos corren la misma oscura suerte. En este país los niños nacen y los barcos NO cambian de rumbo, y como hace siglos los pobres son los mismos, y los dueños de todo son los mismos de siempre.

Pero es mejor volver al poema antes que ahogarnos en la realidad, al menos por hoy.

“Por qué entonces tanto miedo, y tanta huida en este mundo, ¿es que nunca lo podrán saber?”, se pregunta Spinetta en el estribillo de la canción.

El 16 de agosto Paraguay recuerda una tragedia en la que fueron víctimas niños y ancianos, y en contrapartida busca llenar de alegrías y regalos a sus pequeños; pero quisiera ir sólo medio paso más sobre el tema, sin estar seguro si el gesto es para adelante o para atrás.

Al igual que el mundo es víctima de esa condición contradictoria del hombre, de destructor y dador de vida, según dice la canción; el niño es víctima también de esa bipolaridad.

La sociedad en su conjunto, podemos decir, entiende al niño como todo lo que el adulto no es, y encuentra en su inocencia toda la gracia y fuerza de inspiración. Es decir, celebramos que ellos no sean adultos como nosotros, que no tengan nuestro pálido rostro y nuestra mente pragmática. Pero, en contrapartida, les enseñamos exactamente a ser como nosotros. Sí, les enseñamos a ser eso que no nos gusta: a ser adultos.

No pasaré a seudo analizar una de las tantas formas de comportamiento esquizofrénico de esta sociedad, más bien me atrevo a levantar simplemente una bandera que invita a girar este ejercicio de cambios; propongo adentrarnos profundamente en el juego cuando nuestros hijos tratan de convertirnos en niños. La cuestión no es tan difícil, ellos nos dan la oportunidad cada día de acompañarles en el juego, de reconvertirnos en niños. De ese modo nos entablan una batalla para que no los convirtamos en adultos. No es mala idea perder toda esa guerra.

Cada niño que nace sigue siendo una posibilidad de transformar la patética forma de vida actual, y transformarnos nuevamente nosotros. Hoy podemos empezar.

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