martes, 5 de abril de 2011

Del progreso y el estigma de “ser alguien”


FUENTE: DIARIO LA NACIÓN
POR JIMMI PERALTA
jimmielestudio@gmail.com

Existe un periodo histórico durante el cual se empantanó el “desarrollo” de la humanidad, un tiempo en el que la gente pensaba más en su vida después de la muerte que en su vida presente; se llama la Edad Media. Sin esas ataduras religiosas condicionantes actuando como tales, la vida moderna gira en torno al “progreso” material, fabricar en la misma tierra nuestro propio cielo de confort, ESA FUE la consigna, y esto se descodifica claramente del siguiente modo: el “progreso” significa mayor consumo, y esto está dictado con fuerza de necesidad por el propio mercado. El progreso es un valor del mercado.

Aquel que no “progrese” está fuera de los parámetros del mercado, que es el que dicta las reglas sociales en la vida actual. “Progresar” se convirtió de tal manera en un valor moral, que es algo que lo sentimos profundamente y ya está vinculado con nuestra afectividad. Lo sentimos como una necesidad interna insatisfecha, lo interpretamos como “la esencia insaciable” del hombre de todos los tiempos, y lo trasmitimos como una enseñanza suprema a nuestros hijos.

Pasa que el hombre no siempre buscó más bienes materiales para ser feliz. El culto a la obtención de los bienes materiales era pecado hace 500 años. El desvincularse de los estándares de vida actuales: casa, auto, tele con servicio de cable, internet, celular, mp4, o hasta jabón o desodorante de tal o cual marca; si no es pecado en la actualidad, es cosa de locos; quienes se liberan de estas “normas”, obligatoriamente se excluyen de los parámetros sociales establecidos y hasta pueden ser discriminados.

Ante esta consulta, Oscar (15 años) ¿para qué vas al colegio?, él respondió “Para ser alguien en la vida”. Entonces, desde esta respuesta podemos deducir la coexistencia en este mundo del: “ser que es alguien”, y el indeseable “don nadie”. Debe quedar claro que esta respuesta devela, o que los padres no le explicaron nunca al niño para qué va al colegio, o realmente es ese el pensamiento que sus progenitores le inculcaron.

Trece años de vida de una persona en una institución de enseñanza con un único importante fin: obtener el “progreso”. Y esto se da en todos los niveles sociales. Si papá llegó a sexto grado, yo tengo que ser bachiller, si mamá fue maestra yo tengo que ser universitario, y peor en el mundo de los médicos por ejemplo, donde lo mínimo que un hijo puede ser, es lo mismo que el padre, otro médico.

Es importante explicitar dos ideas que ya están entretejidas en este análisis: 1. el hombre actual está liberado de los preceptos de la edad media, pero preso de nuevos rituales consumistas. El hombre de hace 300 años pudo ser feliz, y esa felicidad no dependió de la TV 29 pulgadas. 2. La presión social para lograr ese “progreso” es tan fuerte, que en nuestros hijos no podrán evitar llamarse desde chicos en los colegios “ganadores” (winners) o “perdedores” (losers). Ser un ganador es hasta un compromiso moral con sus padres. Y la consigna es llegar a los 70 años, y sonreír felices viendo nuestra casa, nuestro auto, y a esos chicos que viven adentro, quienes lograrán más “cosas” que nosotros.

El hombre actual y el hombre de la edad media, igualmente no piensan en sí mismos. Un discurso desmitificador para nosotros y nuestros hijos, que ven nuestra vida en torno a las conquistas materiales, puede ser: el progreso no es el único fin, es un de los tantos. El progreso no es igual la felicidad como en una ecuación matemática, posiblemente esté más cerca de la soledad y del vacío silencioso.

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