viernes, 1 de abril de 2011


Nietos de la tele
JIMMI PERALTA
En 1980, la familia Peralta-Rodríguez, la mía, se compraba su primer televisor, casi de lujo, era uno a color que aún está de labores en casa. Esa Toshiba de 14 pulgadas generaba, sin saberlo, una mutación especial en la composición de esa joven unión conyugal, y eso que yo aún no nacía.

Hoy me toca ser víctima, testigo y cómplice de una segunda o tercera generación de padres que apuestan al “niñerismo” televisivo como alternativa de crianza. Y antes de descargar “puristamente” el hacha en el pescuezo de algunos, es mejor analizar, en sentido literal, parte por parte, algunas variantes de este proceso de masificación cultural que genera la tele, más que ningún otro medio de comunicación.

Cuando dejamos a nuestros niños frente al televisor por 1 minuto, o 6 horas, mientras hacemos otras cosas, tenemos la tranquilidad de que ellos permanecerán “conectados” al artefacto, y la certeza de que miles de palabras, conceptos, erotismos, ideologías, estilos de vida, valoración ética y estética, los estimulan y los acechan. Los niños se encuentran indefensos ante esta ciencia del estímulo.

Elementos como el dinero, el tiempo, la confianza, la utilidad, lo académico, o lo moral, deberían entrar en juego a la hora de decidir con quién o con qué se quedan nuestros hijos. La cuestión no es satanizar la pantalla, y por lo tanto no puedo negar que parte de mi castellano citadino lo debo a las traducciones mexicanas de los dibujitos animados, y que parte de mi sensiblería va a cuenta de las telenovelas.

Sin embargo, el “con qué y con quién dejamos a nuestro hijos”, también pasa por otra parte.

No solamente se explica con el placer y el displacer de estar frente a la televisión, el hecho de que los niños prefieran comer viendo sus programas favoritos, antes que reunirse en la mesa con su familia. Es que ese relacionamiento “perfecto” con el aparato, con el artefacto de dicta y no escucha, con la cosa, resulta más positivo que con las personas.

Los padres nos seguimos sorprendiendo de que nuestros hijos estén tan “adelantados” con relación a nosotros, y nos sorprendemos falsamente, porque sabemos, ya que a nosotros también nos pasó, que los niños reciben más estímulos y condicionamiento de los que pueden manejar, y que eso ya nos disoció de nuestro padres, desde la forma misma de concebir la vida.

Arnold Schwarzenegger matando a 100 vietnamitas con una súper arma, no es ni todo ni el gran problema. Esa es la estética contemporánea. El problema es el solipsismo del niño que sólo goza al relacionarse con la máquina, con una única efectiva relación con la máquina que mata al “yo” “humano”, pues las relaciones son con objetos. La vida es con los objetos.

Este solipsismo, el encerrarse en uno mismo rompiendo vías de comunicación con los demás, tiene nuevos cómplices en las reediciones de la clásica televisión: la computadora, los videos juegos, los celulares, etc.

Sin relación entre personas no hay solidaridad.  Claro que al ritmo que vivimos, pensamos que en tanto nuestros niños se relacionen mejor con las máquinas, serán más efectivos en los procesos de producción, y dentro de esta arista, es sólo un entrenamiento para su futuro trabajo. Sin embargo ya vimos el otro lado de la moneda.

No tratemos de pensar en medidas radicales, pero si nosotros nos relacionamos con personas la mitad del tiempo de lo que lo hacían nuestro padres ¿cuánto se relacionan con los de su especie nuestros hijos?

Primero deberíamos de tener en cuenta los factores que nos llevan a esto: la pujante fuerza de consumo de artefactos impulsada por las industrias, el modo de producción que exige una ausencia de ambos padres de las casas, un estándar de vida que exige más horas de trabajo, a cambio de más bienes, y unos padres, como los de mi generación, que ya sufrieron la paternidad televisiva y la destrucción de parte de su criterio humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario